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Las notas lúgubres albergan en su interior mas de lo que
podemos percibir, sentimos un desolador paisaje a nuestro alrededor, la media noche
nos acerca más a nosotros mismos, el violín toca la siguiente nota y nuestro
cuerpo deja de ser nuestro para convertirse en sombra, en obscuridad, en
melancolía.
Tomamos un descanso para dejar de existir, por un instante
olvidamos nuestra tristeza, podremos hablar y volar mientras el violín siga
proporcionando nuevas notas, notas que aún parecen ser insuficientes.
Existimos
mientras nos dejamos llevar por esos heréticos paisajes, en el limbo nos
encontramos con más almas, diferentes en maneras, pero iguales a la luz de la
luna, al son de nuestra melodía.
Ángeles y demonios por fin juntos, resueltas sus diferencias
mueven mar, tierra, sol, lluvia y cuerpos.
Toman nuestro son y lo transforman
en suyo, dejan de pelear entre si, olvidan que son enemigos…enemigos nunca más.
El vuelo de todas las criaturas en un mismo espacio,
nuestros lamentos combinados con sus cantos, nuestra memoria de nada sirve,
nada recordaremos, nunca lo vivimos y sin embargo nos sentimos como un solo
ser, como el más poderoso ser que jamás existió. Llorare y tal vez tú también
lo hagas, dejaremos de preocuparnos, nunca la muerte fue tan complaciente con
alguien y, sin embargo, la odiaremos bajo su nombre, bajo su sombra, pero bien
sabemos que su sombra nos cobija.
Terminara todo y dormiré, lejos de donde todos duermen, oiré
de nuevo nuestro son, el violín dejara caer sus notas sobre nuestros cuerpos
inertes y, nuevamente, volveremos a ver el trajín de seres etéreos sobre
nuestras cabezas, no nos podremos levantar, no podremos hacer nada, pero aunque
pudiéramos, no nos quedaran fuerzas de hacer algo.