martes, 26 de abril de 2016

Regreso.



Me dan ganas de todo. De empezar el regreso con una frase de Quevedo o de Whitman. Decir aquellas palabras finales que siempre significaron el comienzo de mi historia: “cíclicamente vuelvo al cabo de largas edades, ileso, vagabundo, inmortal” o “serán ceniza mas tendrá sentido, polvo serán, mas polvo enamorado”. Son los versos un recuento de la larga lista de victorias que fungen como mis medallas personales. Me las cuelgo al cuello aunque nadie las vea. Se repiten a cada paso en mi memoria. Me hacen sonreír cuando por la calle avanzan fugaces los edificios y las casas, cuando en los parques me lleno de verde y de historias ajenas, cuando juego a ser un niño al que veo reflejado en la esperanza tornasol de una simple burbuja de jabón. Una epifanía humana, de momentos azules.
Hoy, es tarde. Me dan ganas de todo y recuerdo. Hay extrañezas de la vida que nos parten por la mitad y nos hacen predecibles, somos animales de hábitos. Por la mañana tomo un libro y lo abro, leo un poco, me sirvo un café, después escribo cualquier cosa; regularmente la tiro en la papeleta y vuelvo a escribir, tomo un poemario, leo unos versos, pienso. Así desayuno entre Brecht, Dalton o Neruda. Dependiendo del ánimo puede aparecer Cioran, Artaud o Nerval. Pero la escena siempre es la misma y sin embargo es diferente cada vez. Significa que la luz diaria me parece una luz nueva, nunca la monotonía de la repetición. Si Nietzsche habla del eterno retorno de lo mismo hay que poner atención, porque las cosas sí regresan, sí son las mismas, pero la disposición de contemplarlas y sentirlas diferentes las hace diferentes; valla paradoja. La vida como el amor es una dialéctica que juega con la retórica. Utiliza figuras para explicarse de una forma absurda pero al fin la única forma posible. Es así como lo entiendo; la vida como una completa incoherencia que busca resarcirse y reinventarse, atar cavos sueltos, formar historias, inventar personajes, hacer literatura con la realidad. Y sin embargo, creo que no es así en su compleja totalidad. Porque es también una espiral impredecible, que se pierde en la inmensidad de las posibilidades. Es una elección, una razón para pensar en que ser creadores de un destino personal es mucha responsabilidad, pero nos gusta ser Dios aunque sea por cinco minutos. Así nos sentimos dueños de algo.
La vida como el amor es el comienzo. Y nosotros somos los que decidimos siempre hacia dónde ir. Nos quemamos con un abrazo que abrasa. Volvemos a probar unos labios que duelen. Es empezar a volar sin alas. Nos sabemos humanos y queremos cometer el crimen perfecto: vivir, amar y morir un poco cuando morir significa olvidar.
Afuera hay viento. Hoy hace frio y calor, perfecta imagen para estos momentos extraños. La luz que entra por mi ventana me golpea el rostro y dibuja por el suelo una sombra deformada. A mis espaldas Rodolfo Walsh me mira muy serio. El humo del cigarrillo que se consume en mi mano mientras veo el techo y de vez en cuando los ojos de Walsh, inunda mi habitación. No sé cuando volví a fumar. Ahora no creo en que sea tan afortunado hablar del amor y de la vida. Pero me reclino en mi silla y dejo que las horas avancen. Cuento las grietas de las paredes, les encuentro formas, caras, siluetas. Quizá no estoy tan solo cuando mis desvaríos apagan los relojes y nada sucede o pretendo que nada sucede, al final es lo mismo.
La colilla me quema los dedos. Me obliga a despertar y a romper con mi bestiario formado de grietas y humedad. Tecleo otras cosas en la computadora. Sólo quiero escribir palabras que no busquen nada. Una confesión hecha de papel de estraza. Creo que ese es el sentido de lo que aquí escribo.
Ir de la poesía al amor, a la rutina, a la vida, después tonterías que me permitan un ratito de reflexión como ver caras entre las grietas y pensar en mi soledad, hacer una filosofía de cocina, de domingo, una psicología pinche de mi situación, buscar algo que no quiero encontrar, simplemente regresar con ganas de todo y empezar con una frase que termine este texto: “Vengo, voy, retrocedo, avanzo loco, mientras pretendo retener a puño la sombra de la sombra de un olvido”.

Ese es mi regreso. Esas las palabras.

viernes, 22 de abril de 2016

Pequeña historia de un amor sin pasado. (Gato)


     

 El hombre intenta relajarse en la banca de un parque. Las sombras de las casuarinas lo protegen de un sol de tarde de abril, que azota las demás bancas y la cancha de fútbol, que al igual que en todo el parque están casi vacías. Obviamente con este clima tan agresivo son pocos los que se atreven a salir a jugar. El hombre siente el poquísimo viento que sopla en todo su rostro y agita levemente su playera. Piensa, como es natural, en estar ahí tiempo indefinido. Pájaros cantan, secretos entre las ramas, la canción de la ciudad. Qué bien se siente estar lejos de la avenida principal, donde vehículos y gente se mezclan en un caos de semáforos y voceros de frutas, de los locales que sacan unas bocinas grandes donde retumban sus ofertas; entre las miles y miles de conversaciones. Este parque parece alejado de todo eso, un silencio se propaga, aunque de vez en cuando es interrumpido por el pitido de un claxon, el rugir de una motocicleta a lo lejos y prolongado pasar de un avión a la distancia. Cosas así no le debilitan para nada su comodidad, él cierra los ojos, respira hondo y alza la cabeza. Cuando los vuelve a abrir observa en esos destellitos blancos que uno acostumbra a ver cuando mira para arriba y siempre se ven cuando uno anda distraído o no busca nada en lo alto.  Al pasar su mano por su mejilla izquierda nota que se se ha manchado un poco de un líquido color rojo intenso, se limpia en el pantalón y prosigue en su quietud. Así pasa unas dos horas cambiando de posición en su lugar y de vez en cuando ganándole un poco el sueño. Por fin ha llegado una paz que hace mucho no tenía a su disposición.

      Vaya que este sitio va a ser su lugar preferido, en todo este rato apenas y vio pasar a lo lejos a unas cuantas personas, y se notaban contentas y sin un estrés tatuado en sus rostros. Nada parecidas a las personas que habitan su queridísima ciudad. De nuevo se limpia el rostro con su palma, no tiene nada. Y de repente, sin ningún aviso previo, escucha  un grito que destroza toda la imagen que se despliega ante él y ve en su mente, la cara de una mujer que llora de terror. Sacude su cabeza, se acomoda el cabello, y nota una gota que mancha su zapato, un color rojo oscuro, No se dio cuenta que su respiración comenzó a agitarse. Pero se concentra y rápido calma su extraño comportamiento.
      Camina un tanto despacio, tanto tiempo le dio hambre y no ha comido en toda la mañana. Mira su reloj y ve que son las 4:00 de la tarde. Increíble como se pasa el día tan veloz cuando uno está tranquilo. Ahora el viento es más fuerte, hace vibrar los árboles. Sonidos que le recuerdan a las serpientes cascabel, a monedas sonando en su bolsillo, a su infancia, ya que le viene aquellas veces que salía a andar en bicicleta y aceleraba lo más que podía.

      
      Llega a su casa y mira a su alrededor, y aquí estamos, otra vez en el inmenso corazón de la ciudad y con ello todo el rugido que siempre lo ha inquietado cuando más siente la paz en su sí mismo. Fácil es acostumbrarse al desastre del ajetreo capitalino, pero difícil cuando te has alejado de este lugar y regresas viendo con desagrado la intranquilidad que tiene por todos lados.
     Y por fin, al abril la puerta, encuentra el por qué desidió  salir por la mañana. Por alguna extraña razón lo había olvidado todo, como si ese hombre acostado en la banca de aquel parque hubiera nacido ahí mismo, sin un pasado. Triste fue para el hombre recordar uno por uno sus recuerdos.
Sí, era verdad ahora. Ese cuerpo de mujer tirado en mitad de la sala, acostada en su propio charco de sangre, que parecía estar soñando profundamente, esa navaja manchada a su lado y, sobre todo, esa herida profunda en su garganta; todo, todo era demasiado real, tan cierto como el amargo sabor que recorrió su paladar y hacía crecer un hueco en su alma que ya empezaba a sentir grandísimo. Todavía ella tenía los ojos abiertos, pero ya eran de un color que el hombre jamás había visto. No supo cuánto lleva ahí parado viéndola. Reacciono y cerró rápido la puerta, pero tenía miedo de darle la espalda a ese bulto inerte.
      Fue por un vaso con agua, tenía demasiada seca su boca, se trago todo su miedo y la dejo sola. Caminaba despacio como si tratara de no despertarla. Ahogando sus pasos y acallando su aliento. Hizo todo lo posible para que ningún sonido fuerte se ocasionara en su estancia. Mientras regresaba pensaba qué había pasado ahí. Al tomar el vaso se dio cuenta que tenía un temblor en sus manos que era imperceptible. La mano izquierda parecía que tocaba un piano en la pierna del hombre y la otra de vez en cuando se cerraba en un puño, pero el temblor era constante.
      Se sentó en un sillón de la sala que no estaba manchado de rojo, ella quedaba de costado a su mirada, su franco izquierdo lucía tan bello. Nunca perdió la ternura aquella figura rota, una muñequita descosida. Se inclinó el hombre al redescubrir la belleza del cadáver (palabra que no estaba en su mente). De pies a cabeza aún seducía el alma. Sintió amor por primera vez en su ya renacida vida el hombre, que surgió de un parque quieto.
      Pensó entonces si se mataba él mismo con aquel instrumento plateado y filoso iba a renacer dos veces el mismo día, e iba a caminar rumbo a otro parque, a otra casa o otro mundo que no fuera este tan confuso y con la imagen del ser herido delante de él.
      Se acercó a ella al igual que un depredador se acerca a su presa. Asustado su corazón de que en cualquier momento esa criatura recobrara una voz y movimiento que se la había privado, latía tan fuerte. Un bombo golpeando desde dentro. Tuvo el deseo de besar y lo hizo, pero ese sabor de sangre en sus labios lo perturbo bastante. Volvió al sillón con el instrumento asesino. Cerró su ojos y con esto toda cordura desapareció de él. Meditó, respiró, Y sin espanto sintió un aliento en su cuello y unos brazos que lo apretaban fuertemente. El metal que penetró en su pecho estaba caliente, sus músculos sacudían de lado a lado el mango de la navaja mientras hacía fuerzas para enterrarlo cada vez más en ser. Unas de mujer comenzaron a arrullarlo como si el hombre fuer un bebé apenas y el canto canto de amor de una voz tan familiar le devolvían la paz que tanto había esperado.

lunes, 4 de abril de 2016

Un día no tan cualquiera (2)

Hoy es un día peculiar y en menos de un mes han pasado tantas cosas inesperadas, siento por fin que todo cae en su lugar, encontré el momento exacto, el acorde perdido, la última pieza esta aquí.
Y el felino se alejo con su instrumento en la espalda y no lo culpo, él es libre, estoy completamente sola, abrazándome al aire, besando la luna, mostrando las piernas y los pies descalzos, caminando de un lado a otro, entrelazando nuevos momentos, liberando memorias viejas y recuerdos que atormentaban.
Estoy ahí, me veo a mí misma con los pies sobre la tierra y encontrando objetivos mientras el aire despeina mi cabello, abro los brazos a la vida, siento la tierra mojada en mis dedos, vuelvo a mis bosques (tan nuestros), a mis montañas, a mis senderos y está vez él vuelve a caminar conmigo.
El conejo de tonos marrones vuelve a emprender los saltos, el destino es mi eterno aliado y después de tanto estoy aquí con quienes estoy ¿entiendes? pocos lo harán solo aquellos a los cuales la vida les a dado otra oportunidad.
El espíritu es otro, distinto a mi pasado, el reloj sonó y despertamos juntos aspirando el delicioso aroma a viejo,renovando y soltando.
Hoy me siento y te sientes bien...y el reencuentro ayudo bastante.


Supertramp