viernes, 22 de abril de 2016

Pequeña historia de un amor sin pasado. (Gato)


     

 El hombre intenta relajarse en la banca de un parque. Las sombras de las casuarinas lo protegen de un sol de tarde de abril, que azota las demás bancas y la cancha de fútbol, que al igual que en todo el parque están casi vacías. Obviamente con este clima tan agresivo son pocos los que se atreven a salir a jugar. El hombre siente el poquísimo viento que sopla en todo su rostro y agita levemente su playera. Piensa, como es natural, en estar ahí tiempo indefinido. Pájaros cantan, secretos entre las ramas, la canción de la ciudad. Qué bien se siente estar lejos de la avenida principal, donde vehículos y gente se mezclan en un caos de semáforos y voceros de frutas, de los locales que sacan unas bocinas grandes donde retumban sus ofertas; entre las miles y miles de conversaciones. Este parque parece alejado de todo eso, un silencio se propaga, aunque de vez en cuando es interrumpido por el pitido de un claxon, el rugir de una motocicleta a lo lejos y prolongado pasar de un avión a la distancia. Cosas así no le debilitan para nada su comodidad, él cierra los ojos, respira hondo y alza la cabeza. Cuando los vuelve a abrir observa en esos destellitos blancos que uno acostumbra a ver cuando mira para arriba y siempre se ven cuando uno anda distraído o no busca nada en lo alto.  Al pasar su mano por su mejilla izquierda nota que se se ha manchado un poco de un líquido color rojo intenso, se limpia en el pantalón y prosigue en su quietud. Así pasa unas dos horas cambiando de posición en su lugar y de vez en cuando ganándole un poco el sueño. Por fin ha llegado una paz que hace mucho no tenía a su disposición.

      Vaya que este sitio va a ser su lugar preferido, en todo este rato apenas y vio pasar a lo lejos a unas cuantas personas, y se notaban contentas y sin un estrés tatuado en sus rostros. Nada parecidas a las personas que habitan su queridísima ciudad. De nuevo se limpia el rostro con su palma, no tiene nada. Y de repente, sin ningún aviso previo, escucha  un grito que destroza toda la imagen que se despliega ante él y ve en su mente, la cara de una mujer que llora de terror. Sacude su cabeza, se acomoda el cabello, y nota una gota que mancha su zapato, un color rojo oscuro, No se dio cuenta que su respiración comenzó a agitarse. Pero se concentra y rápido calma su extraño comportamiento.
      Camina un tanto despacio, tanto tiempo le dio hambre y no ha comido en toda la mañana. Mira su reloj y ve que son las 4:00 de la tarde. Increíble como se pasa el día tan veloz cuando uno está tranquilo. Ahora el viento es más fuerte, hace vibrar los árboles. Sonidos que le recuerdan a las serpientes cascabel, a monedas sonando en su bolsillo, a su infancia, ya que le viene aquellas veces que salía a andar en bicicleta y aceleraba lo más que podía.

      
      Llega a su casa y mira a su alrededor, y aquí estamos, otra vez en el inmenso corazón de la ciudad y con ello todo el rugido que siempre lo ha inquietado cuando más siente la paz en su sí mismo. Fácil es acostumbrarse al desastre del ajetreo capitalino, pero difícil cuando te has alejado de este lugar y regresas viendo con desagrado la intranquilidad que tiene por todos lados.
     Y por fin, al abril la puerta, encuentra el por qué desidió  salir por la mañana. Por alguna extraña razón lo había olvidado todo, como si ese hombre acostado en la banca de aquel parque hubiera nacido ahí mismo, sin un pasado. Triste fue para el hombre recordar uno por uno sus recuerdos.
Sí, era verdad ahora. Ese cuerpo de mujer tirado en mitad de la sala, acostada en su propio charco de sangre, que parecía estar soñando profundamente, esa navaja manchada a su lado y, sobre todo, esa herida profunda en su garganta; todo, todo era demasiado real, tan cierto como el amargo sabor que recorrió su paladar y hacía crecer un hueco en su alma que ya empezaba a sentir grandísimo. Todavía ella tenía los ojos abiertos, pero ya eran de un color que el hombre jamás había visto. No supo cuánto lleva ahí parado viéndola. Reacciono y cerró rápido la puerta, pero tenía miedo de darle la espalda a ese bulto inerte.
      Fue por un vaso con agua, tenía demasiada seca su boca, se trago todo su miedo y la dejo sola. Caminaba despacio como si tratara de no despertarla. Ahogando sus pasos y acallando su aliento. Hizo todo lo posible para que ningún sonido fuerte se ocasionara en su estancia. Mientras regresaba pensaba qué había pasado ahí. Al tomar el vaso se dio cuenta que tenía un temblor en sus manos que era imperceptible. La mano izquierda parecía que tocaba un piano en la pierna del hombre y la otra de vez en cuando se cerraba en un puño, pero el temblor era constante.
      Se sentó en un sillón de la sala que no estaba manchado de rojo, ella quedaba de costado a su mirada, su franco izquierdo lucía tan bello. Nunca perdió la ternura aquella figura rota, una muñequita descosida. Se inclinó el hombre al redescubrir la belleza del cadáver (palabra que no estaba en su mente). De pies a cabeza aún seducía el alma. Sintió amor por primera vez en su ya renacida vida el hombre, que surgió de un parque quieto.
      Pensó entonces si se mataba él mismo con aquel instrumento plateado y filoso iba a renacer dos veces el mismo día, e iba a caminar rumbo a otro parque, a otra casa o otro mundo que no fuera este tan confuso y con la imagen del ser herido delante de él.
      Se acercó a ella al igual que un depredador se acerca a su presa. Asustado su corazón de que en cualquier momento esa criatura recobrara una voz y movimiento que se la había privado, latía tan fuerte. Un bombo golpeando desde dentro. Tuvo el deseo de besar y lo hizo, pero ese sabor de sangre en sus labios lo perturbo bastante. Volvió al sillón con el instrumento asesino. Cerró su ojos y con esto toda cordura desapareció de él. Meditó, respiró, Y sin espanto sintió un aliento en su cuello y unos brazos que lo apretaban fuertemente. El metal que penetró en su pecho estaba caliente, sus músculos sacudían de lado a lado el mango de la navaja mientras hacía fuerzas para enterrarlo cada vez más en ser. Unas de mujer comenzaron a arrullarlo como si el hombre fuer un bebé apenas y el canto canto de amor de una voz tan familiar le devolvían la paz que tanto había esperado.

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