Me dan ganas de
todo. De empezar el regreso con una frase de Quevedo o de Whitman. Decir aquellas
palabras finales que siempre significaron el comienzo de mi historia: “cíclicamente
vuelvo al cabo de largas edades, ileso, vagabundo, inmortal” o “serán ceniza
mas tendrá sentido, polvo serán, mas polvo enamorado”. Son los versos un
recuento de la larga lista de victorias que fungen como mis medallas personales.
Me las cuelgo al cuello aunque nadie las vea. Se repiten a cada paso en mi
memoria. Me hacen sonreír cuando por la calle avanzan fugaces los edificios y
las casas, cuando en los parques me lleno de verde y de historias ajenas,
cuando juego a ser un niño al que veo reflejado en la esperanza tornasol de una
simple burbuja de jabón. Una epifanía humana, de momentos azules.
Hoy, es tarde.
Me dan ganas de todo y recuerdo. Hay extrañezas de la vida que nos parten por
la mitad y nos hacen predecibles, somos animales de hábitos. Por la mañana tomo
un libro y lo abro, leo un poco, me sirvo un café, después escribo cualquier
cosa; regularmente la tiro en la papeleta y vuelvo a escribir, tomo un
poemario, leo unos versos, pienso. Así desayuno entre Brecht, Dalton o Neruda.
Dependiendo del ánimo puede aparecer Cioran, Artaud o Nerval. Pero la escena
siempre es la misma y sin embargo es diferente cada vez. Significa que la luz
diaria me parece una luz nueva, nunca la monotonía de la repetición. Si Nietzsche
habla del eterno retorno de lo mismo hay que poner atención, porque las cosas
sí regresan, sí son las mismas, pero la disposición de contemplarlas y
sentirlas diferentes las hace diferentes; valla paradoja. La vida como el amor
es una dialéctica que juega con la retórica. Utiliza figuras para explicarse de
una forma absurda pero al fin la única forma posible. Es así como lo entiendo; la
vida como una completa incoherencia que busca resarcirse y reinventarse, atar
cavos sueltos, formar historias, inventar personajes, hacer literatura con la
realidad. Y sin embargo, creo que no es así en su compleja totalidad. Porque es
también una espiral impredecible, que se pierde en la inmensidad de las posibilidades.
Es una elección, una razón para pensar en que ser creadores de un destino
personal es mucha responsabilidad, pero nos gusta ser Dios aunque sea por cinco
minutos. Así nos sentimos dueños de algo.
La vida como
el amor es el comienzo. Y nosotros somos los que decidimos siempre hacia dónde
ir. Nos quemamos con un abrazo que abrasa. Volvemos a probar unos labios que
duelen. Es empezar a volar sin alas. Nos sabemos humanos y queremos cometer el
crimen perfecto: vivir, amar y morir un poco cuando morir significa olvidar.
Afuera hay
viento. Hoy hace frio y calor, perfecta imagen para estos momentos extraños. La
luz que entra por mi ventana me golpea el rostro y dibuja por el suelo una
sombra deformada. A mis espaldas Rodolfo Walsh me mira muy serio. El humo del
cigarrillo que se consume en mi mano mientras veo el techo y de vez en cuando
los ojos de Walsh, inunda mi habitación. No sé cuando volví a fumar. Ahora no
creo en que sea tan afortunado hablar del amor y de la vida. Pero me reclino en
mi silla y dejo que las horas avancen. Cuento las grietas de las paredes, les
encuentro formas, caras, siluetas. Quizá no estoy tan solo cuando mis desvaríos
apagan los relojes y nada sucede o pretendo que nada sucede, al final es lo
mismo.
La colilla me
quema los dedos. Me obliga a despertar y a romper con mi bestiario formado de
grietas y humedad. Tecleo otras cosas en la computadora. Sólo quiero escribir
palabras que no busquen nada. Una confesión hecha de papel de estraza. Creo que
ese es el sentido de lo que aquí escribo.
Ir de la
poesía al amor, a la rutina, a la vida, después tonterías que me permitan un
ratito de reflexión como ver caras entre las grietas y pensar en mi soledad,
hacer una filosofía de cocina, de domingo, una psicología pinche de mi situación,
buscar algo que no quiero encontrar, simplemente regresar con ganas de todo y
empezar con una frase que termine este texto: “Vengo, voy, retrocedo, avanzo
loco, mientras pretendo retener a puño la sombra de la sombra de un olvido”.
Ese es mi
regreso. Esas las palabras.
De vuelta...
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