Ayer por la noche leía la historia de Cuesta. Me asombró tanto
la melancolía de este poeta al que le sobraba tristeza, al que le faltó tiempo
y que sufrió de amor tanto como de locura. Me asombró su decisión, la escritura
del último poema, su tumba olvidada por todos, que paré inmediatamente la
lectura; de un salto fui a la cocina, prendí la cafetera, esperé pacientemente,
preparé mi bebida con dos de azúcar como me gusta y regresé—ya un poco más
tranquilo—a la silla donde leía. Estuve por un momento viendo los ojos del
poeta a través del humo del café caliente. Vi su cuerpo inmóvil, sus manos
vencidas, aquella habitación que guardará por siempre los secretos de su suicidio.
Y pensé.
Pensé mucho sobre la muerte y el olvido. Mientras daba sorbos
pequeños para no quemarme la boca, una frase cruzó mi mente. El poeta hablaba
desde el otro lado del recuerdo: “Despierto en mí lo que he sido/para ser
silencio y nada”. Juro que escuché sus palabras más como un eco que como un
susurro. Me arropaba en la soledad su presencia.
Esa lapidaria sentencia de muerte y olvido donde el olvido duele más que la
misma muerte, me hizo sacar un libro ya viejo y polvoriento. Una antología de
poesía que tuve la oportunidad de conseguir hace algunos años y que había
olvidado en mis repisas. Entonces leí y releí a Cuesta, entendiéndolo en cada
verso, sufriendo su locura que no era sino sobredosis de realidad. Llorando, a
ratos, sus cartas.
Hace cinco años que lo leí por primera vez. Hace apenas una
noche lo entendí por primera vez.
Fue su canto a ese Dios mineral
su última copla, sus versos largos por la espera y tan cortos como los más
sagaces aforismos, los que llenan la página y los ojos de lágrimas. El ultimo verso
del poema me paraliza, “ése es el fruto que del tiempo es dueño;/en él la
entraña su pavor, su sueño/y su labor termina./El sabor que destila la
tiniebla/es el propio sentido, que otros puebla/ y el fruto domina.”
Quizá la historia del poeta sea más
que sólo historia, quizá sus poemas no deberían ser olvidados nunca, quizá su
verdadera obra poética fue su propia vida, quizá yo soy el que ya está loco, no
lo sé. De lo único que estoy seguro es que ayer leí la historia de Jorge Cuesta
y junto a él me tomé el café más amargo de mi vida, que ni los poemas—o las dos
de azúcar—pudieron endulzar.
Que crudo es. Sin duda alguna después de leer lo que has escrito me dieron ganas de conocer lo que escribió Jorge Cuesta.
ResponderBorrarSu poesía es buena, pero su historia es mejor. Te recomiendo el libro "A pesar del oscuro silencio" de Jorge Volpi, ahí se cuenta su historia de una manera novelada.
Borrar