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Me asomo por la ventana después de pensar en aquellos paisajes, de soñar su viento templado, el sonido lejano del correr del agua, el olor del extenso valle, de sus armoniosos colores vivos. Pero no están ahí, ante mi vista ,y el horizonte lejano donde acaba, veo la enorme ciudad: montañas de casas grises, el sofocante aíre ( pesado y rígido de siempre). La multitud de personas, que hacen de río.
Es este, el lugar donde vivo, la ciudad creciente. La gran civilización, la historia avanza y se va formando ahora por entre sus calles, edificios y pobladores; apenas se presta atención a lo que ocurre lejos de la ciudad, de cada ciudad del mundo.
No quiero estar aquí y si quiero. Las comodidades que encuentra la gente aquí, en la ciudad, son más de las que hay lejos, también están las posibilidades de las que el dinero te permite, hay más diversidad en su mercado y siempre llegan las innovaciones de otros países.
Entonces el mundo está al revés, los lugares que son mejores para el alma para vivir son los que presentan, en muchos casos, los peores indices de pobreza; las sequías son mortales. Pero eso se lo debe a gran medida a las ciudades.
Lo que debes de hacer es aprovechar lo que nos ofrece la ciudad: la facilidad de poder tener una educación, una diversidad de sociedad, una supercomunicación con el mundo, y otras tantas cosas. Lo malo es que estamos desmedidos, un equilibrio pésimo de nuestra forma de pensar y la forma de actuar. Hablamos de los problemas y sus múltiples soluciones, sabemos como ahorrar agua, el reciclaje y demás, no gastar tanta luz, cómo acabar con la corrupción; y no haces nada de eso, nos preocupamos por tantas otras cosas más. No somos malos, solamente nos falta un poco más conciencia para elaborar un cambio paulatino, positivo y saludable.
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