ELENA
Te levantas. Miras alrededor. No queda nada.
Es decir, nada de lo que buscas.
Solo cáscaras de naranja diseminadas por todas
partes, pañuelos desechables estrujados de lágrimas.
Se acabaron
las naranjas. Te desesperas. Buscas algo que ponerte y sales.
Estás enajenada, tú vida perdió sentido. Desolada
caminas por la calle inmediata y otras, vas cabeza gacha, manos sudorosas en busca de naranjas. Entras al almacén, la
gente te mira raro, te han visto antes.
Piensan: ¡que extraña es esta mujer, se trastorna
por naranjas ¡
Nadie se atreve a preguntar, claro, imaginan
que estás loca, solo una demente actuaría así. Fingir que no se dan cuenta, no hacer caso,
mejor aún, dejarte sola con tú manía.
La gente es
así, se acercan cuando la situación se ve normal distendida. Ante rostros angustiados expresiones dolorosas paranoicas, arrancan a perderse
Pagas,
sales del negocio con muchos paquetes. Te diriges a casa .Quieres comer tranquila
Frente a la puerta, dejas tú carga en el
suelo para abrirla. Entras colocas doble llave Estás sola, te encierras en tú habitación
Tiras los
bolsos sobre tú cama, saltan las naranjas alegres de jugo sobre el cobertor
azul. Ya no estás sola. Con tantas naranjas, compartiendo tú espacio, algo
puedes controlarte, respirar mejor.
Empiezas a acariciarlas una por una hasta que
eliges la más blanda. Mirándola de frente, le entierras tú uña de costado, como
si fuera una fina navaja, la piel es gruesa con ambas manos te afanas en desnudar la
esfera de gajos moteados de blanco, no importa que no estén completamente mondados
eliges un gajo al azar, lo llevas a tú boca ansiosa, liberando saliva, en
espera del sabor agridulce del aroma que penetra tus poros y es bálsamo para tú
cuerpo, somnífero para tus sentidos
En pocos minutos, te recuestas acurrucada
junto a la compañía soleada, te entregas al sueño.
En medio de esos despertares malditos, en que
te culpas, de haber perdido el tiempo, que ahora sirve para sufrir, te horroriza la realidad. Abrazas
naranjas, eliges una, la devoras, animal herido y sigues, tomas otra y otra.
La piel
de tus dedos arde, las uñas repletas de suciedad, jugo y corteza, entran
incansables en los redondeces acogedoras.
Una vez más y más. Irrumpes en cáscara que se
dobla con urgencia, se rompe se agrieta.
No
pierdes de vista a la escogida, miras el interior, en el fondo el rostro
vehemente de tú hijo.
Suspendida en el aire, atormentada de imágenes
en movimiento, invadida de olores, ruidos, asfalto, ruedas, piel y pepas de naranja, mientras tus dientes
trituran el gajo, transparente y una gota
de jugo alcanza tu ojo, lo sientes arder, te ciega. Ves la luz, el humo,
el ruido, los fierros encresparse.
LLORAS
Terminas,
enjugas tú llanto, arrojas los pañuelos, volando a cualquier parte
¡Que te
importa ¡
El te pasó
su naranja y te dijo:
“Mamá, cuídame la naranja. Voy a buscar la pelota.